Amistad: historias necesarias

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Hace un par de días o así, me llegó el enlace del anuncio de Tenemos que vernos más (aquí el enlace), que ahora mismo no tengo ni idea de qué promociona, pero es noticia en todas partes porque se ha convertido en viral, quizás en gran parte por su capacidad indiscutible para emocionar. En el vídeo se muestran a varias parejas de personas unidas por la amistad pero separadas porque, supuestamente, miran todos demasiado el móvil en vez de quedar con los amigos, gente a la que aprecian muchísimo y es realmente importante en sus vidas.

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Tenemos que vernos más, captura de pantalla del anuncio en el momento que le echan las cuentas a la amistad de Ramón y María Jesús

Y hace un ratillo en el mismo “foro de debate”, también conocidos como grupos de Whatsapp, han compartido un artículo de un periódico (aquí el enlace) donde la redactora se queja por las mil y una circunstancias que no nos permiten disfrutar de nuestros amigos frente a frente, más allá de nuestra tendencia a mirar constantemente la pantalla del teléfono. Es decir, lo que imagino que pensamos la mayoría, en vez de reprocharnos el uso del móvil, que por otra parte suele ser el medio más cómodo para poder seguir manteniendo en nuestro día a día a aquellos que las exigencias de la sociedad se empeñan en robarnos.

Sin embargo, confieso que mientras veía el anuncio, antes de llegar a las reflexiones profundas (espera, que si cambio el orden crearé una falsa apariencia de intensidad) las profundas reflexiones sobre lo desgraciados que somos por no verles las caras a nuestras personas queridas por estar comentando con desconocidos la bronca de Noemí Galera a los chavales de Operación Triunfo, lo que yo estaba pensando era: “ay, sí, qué amistad tan bonita… pero contadme, contadme cómo se conocieron, qué los unió, por qué están distanciados (no me vengáis con la milonga de los móviles), cuál es su historia, I wanna know!”. Pues, no, pim, pam, pum, fuego y se acabó. Vamos, como determinados asuntos con algunos, ejem. Y… aquí también me quedé con las ganas.

No descarto que este repentino interés se deba a mi falta de lectura por ocio (y salud mental, que ya se va resintiendo, como estaréis comprobando), pero me hizo pensar en las amistades, las que todavía me sobreviven (¡que no es nada fácil!), las que se esfumaron por arte de birlibirloque, las que terminaron como el rosario de la aurora, las que vuelven como El Almendro o los pantalones de campana, las circunstanciales que pegan más que el Loctite hasta que se les echa disolvente, las que se enturbiaron por otras pretensiones hasta perderse (cumplidas las pretensiones o no, no entremos en detalles ¡todavía!), las que comienzan en los lugares más inesperados, las que nos empeñamos en tener porque creemos desde lejos que esa persona merece mucho la pena, las que te empujan y piensas que lo hacen para tirarte al suelo pero luego comprendes que solo trataban de hacerte saltar más allá (o no, que hay mucho malaje suelto), las que desprecias a primera vista, bueno, a segunda, y se lo dices en su cara (¡que no pregunten!) pero después te demuestran que solo fue un mal día o simple despiste…

Sí, detrás de todos estos ejemplos hay una historia… ¡o varias! ¿No os habéis quedado con las ganas de saber? ¿No? ¿Sí? Entonces, quid pro quo, contadme alguna de vuestras historias de amistad en los comentarios.

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Dos amigas se abrazan al reencontrarse en el anuncio de Tenemos que vernos más

Es eso o me tendré que leer alguna novela de literatura juvenil, porque parece que es uno de los pocos géneros donde se muestra el valor inestimable que tiene la amistad en el desarrollo y crecimiento de los seres humanos. ¡Nos hacen falta más historias de amistad!

Mientras, cuidad de vuestros amigos aunque no podáis verles las caras, ¿vale?

 

Gracias a @mysticnox por el vídeo del anuncio y a @SandraMir por el artículo de eldiario.es

Paja descriptiva

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Probablemente, algunos al leer “paja descriptiva” hayan pensado en alguna suerte de práctica onanista. Quizás una en la que se vayan narrando con todo detalle las maniobras masturbatorias mientras se llevan a cabo. O, se me ocurre otro método, sin tocar físicamente, sino a través de la descripción para conseguir que la otra persona alcance el clímax. O puede que…

¡Un momento!

¡Dejémonos de “pajas mentales”!

Porque esta entrada, con título cortesía de mi querida @eiraasynjur, no tiene nada que ver con la sexta acepción del diccionario (“acción que consiste en estimular los órganos sexuales de una persona o los propios con las manos, mediante caricias o por otro medio, para proporcionar u obtener placer sexual”), sino con la quinta (“parte poco importante o con poco contenido de un escrito, un discurso, etc., que está como relleno pero no aporta nada sustancial”). Al menos, eso es lo que responde Google cuando le preguntas.

Pantallazo de la definición de paja en Google
Paja, definición del diccionario de Google

Es decir, me refiero a la paja de relleno que encontramos en algunas historias, en concreto libros. Sí, en las series, por ejemplo, también se hace. Se incluyen personajes que no aportan nada al desarrollo de la trama y se desperdician minutos y minutos en escenas que no enriquecen la experiencia del espectador sino que desvían su atención e incluso hacen que, como me sucede a mí, se pierda todo el interés. Pero eso ya no es paja descriptiva, sino otro tipo de paja a la que todavía no le he encontrado adjetivo. Se aceptan sugerencias…

Ese relleno en los libros suele ser, por lo que me dice mi limitada experiencia, a través de descripciones del entorno, las emociones, las circunstancias, el vestuario, los rasgos físicos… que, con cuestionable eficacia, consiguen alargar la historia en páginas pero no en contenido. Y, al final, el resultado es una novela de quinientas páginas en vez de doscientas cincuenta.

Todo esto me recuerda a lo que nos decía un profesor del instituto al hacer los exámenes: no puntúa al peso.

Comprendo que en obras escritas hace doscientos años, esto sucediese. Muchas de ellas se publicaban en periódicos y revistas, iban por entregas que cuanto más durasen en el tiempo, más cobraba el autor o la autora. Ahí sí que era al peso.

Pero, además, es lógico que las descripciones fuesen parte esencial cuando muchos de los lectores no habían visto ni experimentado la mayoría de circunstancias que se detallan en esos libros y el consumo de estos, es decir, leer se convertía en todo un acontecimiento que muchas veces se realizaba en grupo.

Forbiden Books de Alexander Mark Rossi
Forbiden Books de Alexander Mark Rossi

Sin embargo, hoy en día, en la era de internet, de la accesibilidad e inmediatez, en la que todos tenemos montones de imágenes mentales de casi todo y si no, lo buscamos, me cuesta entender el sentido de una descripción donde no me digan que uno de los personajes se apoya en una viga de madera antigua, sino que me expliquen los dibujos que conforman las vetas que tiene la madera, cómo era el árbol del que la extrajeron, en qué zona estaba el bosque donde había crecido ese árbol, los cambios demográficos y políticos que llevaron a ese bosque a ser talado hasta esquilmarlo, la empresa maderera que acometió tal proeza, cuándo fue creada y de dónde provenían sus fundadores, la maquinaria más o menos rudimentaria que emplearon hasta que uno de los hijos del dueño contrajo nupcias con la joven viuda de un terrateniente que había invertido en el ferrocarril… Mmm, perdón, ¿de qué estábamos hablando? ¿Dónde está mi personaje, el que se apoyaba en la viga de madera antigua? No de antigua madera, porque esa es otra.

Anteponer los adjetivos a los sustantivos no hace que una descripción excesiva sea menos fútil, ni más poética. A veces, es necesario porque el orden modifica el significado. Otras, porque quizás sintácticamente ayude a imprimir una intencionalidad. Pero el abuso, al menos a mí, me transmite un intento torpe de grandilocuencia.

Aunque, como todo, bien hecho es digno de admiración. Una descripción de elementos relevantes dentro de la trama de la historia, con una documentación que la sustente y la sutilidad justa para proporcionar datos sin caer en el efecto Wikipedia (me lo acabo de inventar, pero me entendéis seguro), es uno de los motivos que anotan puntos en ese marcador imaginario que tenemos los lectores. Porque leer también es aprender.

Pero si no aprendes, porque la información que te están proporcionando no es enriquecedora ni te aporta detalles pertinentes para la historia ni tampoco cultura para satisfacción personal, sino pura paja descriptiva para rellenar, cual espantapájaros, páginas y páginas, ¿qué menos que te permitan ejercitar la imaginación?

Considero que la libertad es importante, la libertad para expresar, para elegir, para crear… y para imaginar, para fantasear a nuestro antojo dentro de esa novela que estamos leyendo, para rellenar los pequeños huecos que deje el autor o la autora con nuestro propio color para apropiarnos, de alguna manera, de esa historia y convertirla en un poco nuestra.

Así que confieso, ante la reiterada paja descriptiva, opto por leer en diagonal que se llega, ¡oh, sí, sí, así!, se llega igual.

Manías lectoras

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Creo que todos tenemos determinadas preferencias al realizar tareas, disfrutemos de ellas o no. Me gusta pensar que ejercemos nuestro particular modus operandi, que quizás es incluso una manera inconsciente de apropiarnos de la actividad en vez de ella de nosotros.

En mi caso, tengo unas pocas “preferencias” de estas, todas ellas justificadas por razonamientos con una base sólida que argumenta bla, bla, bla. Sin excusas, son manías. Unas más disparatadas, otras más extrañas y otras seguramente hasta compartidas. Si eso lo llevamos al campo de la lectura, lo que salen son manías lectoras.

Aquí va un listado de algunas manías, esta vez exógenas a la propia lectura, que tengo cuando leo un libro.

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Entorno óptimo de lectura

Empecemos por algo “suave”, la tranquilidad. Necesito un entorno acorde a lo que estoy leyendo. No me refiero con esto a que si la novela está ambientada en una plantación algodonera, me tenga que ir al campo o a una farmacia.

La idea es evitar ruidos molestos, gritos de vecinos, conversaciones en medios de transporte, requerimientos varios de personas que pululan alrededor, el martillo hidráulico perforando el suelo de la calle… Todo eso puede estar ahí mientras leo las noticias o busco algo en internet, incluso si estoy manteniendo una conversación —no demasiado intensa— por WhatsApp o Line.

El problema no es no enterarme bien de lo que esté leyendo, sino cómo todos esos factores impiden que me concentre en las sensaciones que se describen en la lectura. Y, de alguna manera, se convierten en distancia, distancia entre la historia y mis emociones.

Palabra positiva

Suelo, porque me gusta, detener la lectura en una palabra bonita, positiva, esperanzadora, que designe algo bueno, como si esa palabra fuese la que va a marcar el resto del tiempo que va a transcurrir hasta la próxima vez que pueda regresar al libro y retomar la historia.

No necesariamente ha de estar al final de una frase, ni siquiera tiene por qué estar describiendo algo positivo. Porque solo necesito esa palabra, cerrar los ojos durante medio segundo justo después de mirarla, mientras cierro o apago el libro.

Fragmento del comienzo de La tía Tula, de Miguel de Unamuno
Fragmento del comienzo de La tía Tula, de Miguel de Unamuno

Opción de búsqueda

Leer en digital o en papel, me resulta indiferente, más o menos. Casi todo lo que leo por placer ya es en digital, aunque me acostumbré a leer en pantalla por asuntos entonces laborales. Así que se puede decir que fue más por obligación que por devoción, pero eso al final lo incorporé al ocio y ahora ya no me importa el formato, la cuestión es leer.

Sin embargo, me he acomodado a la opción de búsqueda de palabras clave. Sí, soy de las que piensan “pero… ¿no dijo que dejó las llaves en el aparador, al coger el candelabro para abrirle la cabeza? ¿Cómo entró luego en su casa, entonces?”, y vuelvo a buscar el párrafo donde lo decía. Eso en papel, como es obvio, no me resulta tan fácil.

Así que, a priori, tengo dos opciones. La primera es hacerme la sueca y acallar la insidiosa vocecita interior que me está recordando durante el resto de la novela, ¡y más allá!, que se dejó las llaves en el aparador. Y la segunda es perder un poco de tiempo en buscar a la antigua usanza el pasaje donde lo explica, aunque eso conlleve detener la lectura y el avance de la historia.

¿Con qué opción me quedo? Cada uno que saque sus propias conclusiones…

Construir frases

Esto va a parecer un poco friki, más todavía, pero está “justificado por razonamientos con una base sólida que argumenta bla, bla, bla…”, ejem. En ocasiones, cuando lo que estoy leyendo quizás no es demasiado… atrayente, me dedico a hacer frases con las últimas palabras de cada página. Ya está, ya lo he dicho.

Reconozco que esto puede llegar a ser un poco irritante al principio (no lo hagáis en casa), porque es un follón, las palabras se olvidan, al volver a buscarlas saca de la lectura, es una distracción constante… Sin embargo, para mí es un buen ejercicio, porque ayuda a forzar a la mente a concentrarse en dos hilos, a retener listados de palabras en un orden determinado y a veces incluso tienen hasta sentido.

De hecho, he observado que en determinadas novelas, donde el vocabulario es reiterativo o se insiste una y otra vez en las mismas explicaciones abusando de un campo semántico limitado, esos intentos de oraciones podrían encajar justo tras el punto y seguido con el que cierran.

Leer antes de dormir

Me encanta leer a cualquier hora. Pero, a veces, unos breves minutos de lectura me ayudan a dormir, porque consiguen que mi cabeza se centre en otros temas que no sean personales, preocupaciones, momentos desagradables del día o tareas por resolver. Y aunque he perdido la cuenta de la cantidad de veces que me he desvelado leyendo, sigo prefiriendo un libro a una caja de pastillas (¡Vade retro!).

Pero… me sucede una cosa, y aquí es donde viene lo raro de esta “costumbre” (no sé si se puede llamar manía) que mantengo a pesar de todo. Al adormecerme mientras leo, voy desconectando de la realidad que me describe el libro. Empiezo un párrafo, me pesan los párpados, sigo con otra frase… pero Morfeo gana posiciones y se me cierran los ojos, aunque mi mente continúa “leyendo” y hace que los personajes mantengan diálogos que no tienen nada que ver con lo que realmente pone en el libro. Ni contexto ni hilo argumental, a veces ni siquiera son los mismos personajes, es decir, me monto unas películas tremendas. A los pocos segundos, abro los ojos de nuevo y veo que allí no hay nada ni remotamente parecido a lo que estaba ocurriendo en mi cabeza.

Lo preocupante es que me gusta cuando sucede…

¿Vosotros tenéis alguna manía lectora? ¿De las que se pueden compartir? ¿Me la contáis?

La partitura. Música para Adam

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Anna Casanovas publicaba esta primavera, con el sello editorial Titania Amour, la esperada historia de amor entre Adam y Charlotte. Pero, como sucede con las obras de esta autora catalana últimamente, nos encontramos muchos más sentimientos que el amor romántico y a personajes secundarios con una cara de protagonistas que dejan huella en todo el libro.

Anna Casanovas

No puedo decir que lo haya leído todo, todo y todo de ella, pero… casi, y creo que eso es indicativo suficiente para dejar claro que mi objetividad al respecto está seriamente comprometida. Sí, me gusta, y me gusta mucho lo que escribe, cómo lo escribe y, sin que sirva de precedente, el trato que da a las personas en las redes sociales, sean lectores o no.

Probablemente, donde más aumenta mi lista de pendientes es cuando entra en juego Emma Cadwell, pseudónimo que utilizó para publicar la serie Los guardianes de Alejandría. (Nota mental: Poner remedio a esto cuanto antes.) Sin embargo, hace ya muchos años que descubrí a los hermanos Martí. Y, por sorprendente que pueda parecer, todavía tengo fresca la sensación que me causó la historia de Ágata y Gabriel en Nadie como tú. De hecho, me recuerdo a mí misma leyéndola y pensando esto o lo otro. Y mis reticencias con A fuego lento, porque… bueno, Guillermo era Guillermo. También recuerdo la espera para conocer qué estaba pasando entre Helena y Anthony hasta que llegó Dulce locura. Y tras los Martí, que no están todos los que son pero son todos los que están, llegaron los Nualart (¡Ay, Sebastián…!), Las reglas del juego, Malditos bastardos (¡Sin prisas!), los tres mosqueteros de Little Italy en Vanderbilt, Cleo y Bellini, la Hermandad del Halcón… y los volúmenes independientes como Un beso al alba o Herbarium… ¿Objetivi… qué? Nah…

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¡Creo que tendré que ahorrar para poder leer Los guardianes de Alejandría. Oscuridad! Eso o versión Kindle

E igual que hemos ido creciendo todos como personas, creo que sobra decir cuánto se nota cómo ha crecido Anna Casanovas como escritora. Los cambios que ha ido introduciendo en su forma de narrar, arriesgando para modificar una fórmula que ya le había demostrado su eficacia, muestran una madurez muy agradable y, sobre todo, a mí me transmiten un interés por parte de la autora de no estancarse, de continuar transformándose y mejorar, quizás incluso de ser más ella misma o una versión de ella que no era la de hace diez años.

Adam

Él es el protagonista masculino, su nombre forma parte del título de la novela, y su personaje nos da a los lectores una lección sobre la percepción de la vida y el éxito. Adam es ciego. Pero además es músico, lo era antes de perder la vista, y ahora le cuesta volver a sentir la conexión que siempre tuvo con la música. Pero su ceguera no es el problema, sino una perspectiva nueva.

Charlotte

Lottie es estadounidense y está en Londres de forma temporal, estudiando por una promesa que hizo. Pero no quiere saber nada de nadie, ni de sus vecinas, ni de sus compañeros de facultad ni mucho menos de la música. Ella es el misterio. Y a mí, particularmente, la autora ha conseguido generarme ese malestar en las primeras páginas que provoca un personaje con la carga emocional de Charlotte, tan desencantada, tan triste y tan dolida. ¿Cómo? Analizándolo ahora, creo que fue la lluvia constante, los recorridos interminables en bicicleta, los cambios de opinión, la actitud y la reserva frente a la amabilidad ajena… Muy bien hecho.

 

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Foto del momento en que nos conocimos

Folie

Es la partitura que espera ser terminada, la otra mitad del título, un regalo que el tiempo le hace a Adam y a Charlotte, la «locura» de la pasión. Es el nexo, la excusa y, además, es un personaje en sí misma con una historia propia que abarca muchas vidas.

La familia

Concepto muy mediterráneo y, por qué no, universal, que aparece representado en las novelas de la autora como una constante y La partitura no es menos. No siempre es familia de sangre, también la hay de afecto y amistad. De hecho, haciendo memoria, en los libros de Anna Casanovas no recuerdo ningún ejemplo de familia laboral, tan presente en muchas novelas de distintos géneros y en la realidad misma.

 

Royal Opera House en Londres
Royal Opera House en Londres

Identidad propia

Tras el miedo y los secretos, lo que se esconde en La partitura es la búsqueda de una identidad propia por parte de los personajes, la necesidad de ser ellos mismos. Y eso, aunque parezca lo contrario, no es nada sencillo. El entorno, las expectativas de los seres queridos, las ideas preconcebidas, el juicio de lo demás… todo eso limita, nos limita a todos, a la hora de ser y actuar. Y, en esta novela, Anna Casanovas nos muestra cuán importante es encontrar nuestra esencia, nuestra identidad y, con ella, luchar por nuestros verdaderos deseos.

Luego está Londres, el ambiente de la música, el París de Chopin… En fin, dadle una oportunidad, porque merece mucho la pena.

Los amores perdidos, la intensidad de la contención

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Si al hablar de Los amores perdidos de Miguel de León lo resumiera diciendo que es la historia de amor entre Arturo Quíner y Alejandra Minéo, estaría siendo injusta y superficial. Esta novela es de esas que cuentan más en los detalles silenciosos que en los hechos del argumento. Si fuese una fotografía, lo más relevante no sería lo que aparece en ella, sino los colores, el encuadre, la luz, la perspectiva, las emociones… más allá de la sinopsis.

Miguel de León

Es un autor canario, de La Laguna en concreto. Y, subjetivamente, creo que esa es toda la información necesaria sobre este escritor para poder empezar a leer Los amores perdidos. Por supuesto, si queréis saber más sobre él, pinchando aquí iréis a la página de la editorial donde podréis acceder a unos breves párrafos biográficos. Interesantes, sí, pero no tan valiosos para la lectura como el hecho de ponerle a la voz narrativa esa cadencia tan propia del habla canaria, incluso diferenciando por islas… ¡el afortunado que pueda!

La buscó por rincones, inéditos para él, hasta que la encontró en un lóbrego almacén de ropa, llorando a lágrima viva. Alfonso se sentó en el suelo, a los pies de ella. Asustado, le estrechó las manos y se las besó. Matilde se deslizó hasta al suelo, se echó en sus brazos y lo tuteó por primera vez:

—¡Llévame contigo!

—Es muy lejos. Pocos son capaces de señalar las Canarias en el mapa.

—No me importa dónde sea, sólo quiero estar contigo.

Se casaron aprisa para aunar la luna de miel con el traslado a la isla. Fue una travesía difícil a bordo de un antiguo buque correo, desvencijado e incómodo del que, sin embargo, guardarían un grato recuerdo. La última noche el tiempo amainó y ellos despertaron inquietos por la repentina calma del mar. Desde la cubierta de estribor contemplaron un amanecer grandioso. Lo comentaban diciendo que era imposible volver a vivir algo más hermoso cuando, al doblar el recodo de popa, se les escapó un suspiro de asombro al descubrir la silueta de la isla recortada sobre el fondo azul. La calima del amanecer impedía distinguir el horizonte y la isla parecía suspendida del cielo, con su volcán ingente y sus montañas de cartón piedra, coronadas de nieve.

—No es ella la que está lejos —susurró Alfonso—. Es todo lo demás. ¡Son ellos los desterrados!

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El Terrero

La historia tiene varios escenarios, aunque hay tres predominantes: Madrid, Nueva York y El Terrero. Este último es un pueblecito canario, origen de los distintos hilos narrativos, cuya existencia Google Maps no tiene muy clara. Y las descripciones del autor y las menciones que este hace de sitios emblemáticos tampoco hacen mucho por esclarecer en qué isla concretamente se encuentra, quizás porque está en todas y en ninguna.

La ciudad y él eran desconocidos uno del otro, pero ella pronto le entregó estampas que se le harían entrañables y que durante toda la vida le vendrían a la mente cuando oyera pronunciar su nombre. Presencias para él bellísimas aunque en muchos casos las hubiese hallado en lugares desahuciados: el moribundo barrio de los Llanos, junto al antiguo lazareto, macerado por los incesantes alientos del bosque de chimeneas de la refinería, con sus ruinas de murallas, su edificio de la Pólvora, su castillo de San Juan, los viejos galpones del recinto de Industrias Químicas, desbaratados, rotos y percudidos de rojo por la pátina de siglos de inconfesables óxidos venenosos; los eriales del barranco de la Ballena, las construcciones desvencijadas de Guanarteme, dando la espalda para mirar al mar, con los pies hundidos en la arena húmeda de la playa de las Canteras; los edificios cenicientos de las Alcaravaneras en el estruendo colosal del devenir incesante de coches; las humildes y sencillas casas de los antiguos barrios de pescadores de la Isleta y del Pilar; y, cómo no, el señorío urbano de los cascos antiguos de Vegueta y La Laguna.

Sea este o no un bonito recurso técnico para enterrar la animadversión propia del pleito insular, la verdad es que El Terrero en sí mismo consigue ser un microcosmos ejemplar para retratar lo que sucedía a una escala mayor en todo el territorio nacional durante las distintas épocas en las que transcurre la novela. Tiempos de guerra, de posguerra, de dictadura, de democracia, de laca y pantalones pitillo. Todos ellos tiempos en los que la honradez tenía las de perder.

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Los amores, no todos perdidos

Son tantos los personajes cuyas trayectorias va engarzando Miguel de León a lo largo de las más de seiscientas páginas que componen la obra, que no es de extrañar que sean muchos los amores que encontramos al leer. Pero también hay odios, envidias, rencores, sacrificios y unas ganas enormes de perdonar.

Tensión sexual

Estructuralmente, hay dos partes muy bien diferenciadas: el pasado familiar y la historia de Arturo Quíner y Alejandra Minéo. En la primera, se habla de los orígenes, de cómo se entrelazan los destinos de los que en la segunda mitad de la obra serán los protagonistas indiscutibles. Y es en esa parte en la que se genera una tensión sexual no resuelta (¡tanta contención!) que mantiene al lector pegado a las páginas, porque sí, somos así de morbosos románticos, entre Alejandra y Arturo.

Frente a tanta incertidumbre le quedaban las viejas certezas. Ni por un solo instante, desde la primera tarde, había dejado de sentirse amada. No existía en el mundo fuerza capaz de hacerle creer que era ilusión el fuego que él escondía detrás de tanta ternura, de tanta dedicación y entrega a ella, detrás del agónico silencio que la atormentaba. El fuego en el que necesitaba incinerarse ya de una vez por todas, que la abrasó en el beso de la despedida y que permanecía en la imagen de su obsesión.

Adaptación televisiva de Los amores perdidos

De esto no hay noticia ninguna, es más un deseo personal que nace al leerlo, al intuir el estupendo reparto de esta historia coral, que ahí queda la idea por si algún productor se anima.

Desvaríos sobre La magia de ser Sofía

La magia de ser Sofía es el último libro de Elísabet Benavent (@betacoqueta), hasta que el 6 de abril publique La magia de ser nosotros, la segunda parte de la bilogía que nos narra la historia de Sofía, una chica con licenciatura que sirve cafés en un local donde se reúne el encanto de distintos factores y que, desencantada del amor romántico, un día se da cuenta de que quizás lo que siente por el guapo antipático no es una atracción superficial, sino algo diferente a la amistad, algo distinto a lo que ha conocido hasta ahora.

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Miedo, tengo miedo

Me da miedo leer a Elísabet Benavent, porque tiene la capacidad de conmoverme con lo que escribe, porque consigue dibujar personajes entrañables con ese estilo tan personal que usa para hablar de sentimientos universales con la cercanía de una buena amiga que te escribe al correo para contarte cómo fue su historia antes de conocerla. Y la magia, no la de ser Sofía, sino la de escribir como lo hace Elísabet, consiste en lograr que con a penas dos párrafos reconozcas a ese personaje aunque no tenga nada que ver contigo e identifiques la situación en la que se encuentra por muy alejada que esté de cualquiera que hayas vivido… o no.

Líbrame de las aguas mansas

¿Por qué el miedo? Sencillo, una vez que has interiorizado las vivencias que se narran en la novela, una vez que tú también te has enamorado un poquito del muchacho en cuestión, entonces llega el momento en que la autora dice “ah, sí, qué divino todo… ¡verás ahora!”, y la historia da un giro doloroso que igual te veías venir, pero que la mayoría de las veces resulta, además, inesperado.

Por eso, cuando conocí a Héctor y a Sofía, ya a mitad del segundo capítulo, pensé “¿tú estás segura de querer seguir leyendo?, esto puede ser un dramón chungo, chungo y no tienes tú el cuerpo pa estas cosas ahora mismo”. Sin embargo, me lancé y… ¡cuánto me ha gustado!

Follar bonito en Madrid

De los que llevo leídos, este es el libro de Elísabet Benavent, ¡de momento!, que más me ha gustado. Quizás porque siempre he sido más de “follar bonito” en Madrid que de Sexo en Nueva York. Me llega más adentro la voz de una chica normal como Sofía, con formación e inteligencia pero sin posibilidades de explotarlas, consciente de que su cuerpo no se ajusta al canon vigente, capaz de transmitir luz a los demás sin caer en moñadas… que tías pijas, o con pretensión de serlo, enchufadas en trabajos súper cool, insatisfechas con su existencia porque el jefe solo las quiere para tirárselas y poco más, que rechazan al atontao de turno ya sea porque les mete demasiado la lengua en la boca, tarda mucho en correrse o al hablar se le mueven las orejas, mientras se desviven por su vestuario o las calorías que tendrá el menú. ¡Y no voy a dar nombres!

Inciso: Ayuntamiento de Madrid, Suma de letras o quien sea, ¿para cuándo una ruta de las muchas que describe esta valenciana en sus libros? ¿Las hay y no me he enterado? De verdad que refleja tan bien esa sensación de bares pequeños y calles grandes, llenos de gente y vidas a todas horas, de rincones peculiares en lugares insospechados… pero es que Madrid es así. Fin del inciso y del momento #OrgulloMadrileño.

Buscar el amor genera infelicidad

Algo común a todas esas protagonistas del estilo Sex in the City era su ansia por enamorarse, mucho, mucho, pero destilando un escepticismo y una pose de estar de vuelta de todo que… Igual están hablando mis prejuicios, sí, pero cuesta creer que ahí haya posibilidades de nada. Y no es que Sofía no arrastre un pasado doloroso y no esté desencantada, pero le sobra esa magia necesaria para continuar creyendo en las personas, en su capacidad para dar y ofrecer amor sin necesidad de llevar la actitud y las intenciones tatuadas en la frente.

Desde luego, a mí, como lectora y como mujer, me tenía ganada ya en el renglón en que Sofía admite que cuando se dio cuenta de lo infeliz que se sentía al estar en constante búsqueda del amor, sin encontrarlo, decidió abandonar la cruzada y sencillamente disfrutar de la vida según venía, de su familia y sus amigos, que le daban otro tipo de amor pero igualmente válido.

Además de magia

Quizás, eso no es del todo cierto. Probablemente sería más justo decir que me tenía ganada desde la primera mitad del segundo capítulo, a través de la poca información que la autora tuvo margen para introducir sobre la protagonista femenina, con quien irremediablemente sentí una empatía muy personal.

Sofía es filóloga, aunque nunca ha podido ejercer de nada relacionado. A Sofía le cuesta entrar en una talla 44, eso y su 1,70 de altura la hacen sentirse incómodamente grande. Sofía no se obsesiona con su outfit ni con las marcas, solo quiere sentirse guapa y segura. Sofía encuentra un trabajo muy por debajo de sus posibilidades, ¡sin enchufes ni jefes buenorros dispuestos a atarla a la cama!, pero allí es feliz compartiendo sonrisas con las personas que deciden sentirse acogidas durante un ratito (otra cosa es que a Lolo le hubiera dado por fumarse lo mismo que a Estela y luego tuviera que dejarlo, ¡aguántalo tú!). Sofía ha de escuchar muchas veces que podría estar haciendo algo mejor, que está desperdiciando su vida y su talento. Sofía ha sufrido y no tiene demasiadas ganas de volver a hacerlo. La madre de Sofía se ha escapado del sótano de Iron Heights… Y así.

Héctor, un tío normal

Por fin, el protagonista masculino es un hombre normal y corriente. No es millonario, ni burgués, ni niño de papá con pisazo, ni actor, ni modelo, ni cantante, ni astronauta… Héctor es normal para bien. No le va el cuero (¡es vegetariano!), ni los tríos como modus operandi habitual, ni las orgías, ni el BDSM, bueno… solo el sexo un poco sucio con algún azote por ahí, pero sin que llegue la sangre al río ni hagan falta contratos. Normal, normal, un hombre de los que te puedes encontrar en cualquier cafetería, pero con el físico de Michiel Huisman. Esto último tampoco es muy difícil, lo que suele suceder es que lo saben, y si un guapo sabe que es guapo… apaga y vámonos.

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De Michiel Huisman nos encaprichamos en Orphan Black, nos mató mucho en Game of Thrones y nos dejamos con mucho gusto, y nos salvó de caer en un sopor profundo en The Age of Adaline

Madurez

Sofía está a punto de cumplir los 30 y le entra el bajón porque, quieras que no, es inevitable hacer balance. Si no quieres tú, ya se ocuparán los demás de empujarte a hacerlo. Sin embargo y sin caer en paternalismos condescendientes y machistas, el personaje de Héctor, con 34, llega para demostrarle que la vida no se mide en números ni en años, que la ilusión siempre es joven y que, al madurar, los sueños se transforman en deseos tangibles que satisfacen el alma y no la vanidad.

Por su parte, Sofía le recuerda a Héctor lo que es vivir con sencillez, sin esa presión constante que supone cumplir las exigencias de alguien más. Héctor comienza a vivir su propia vida, no la de otra persona.

Dream a Little Dream of Me

Si hablase de los amigos de Sofía, me eternizaría. Pero he de decir que me he reído con ellos, en especial con Abel y su sicomoro. Esto se debe a que cuando empecé a leer novelas románticas, las elegía en inglés (¡misterios!) e incomprensiblemente en la mayoría, en cuanto había árboles en escena, aparecía el famoso sycamore. Llegué a pensar que tendría algún significado idílico o sentimental, cual cerezo en flor o algo así. Y era tremendo, porque acto seguido mi mente empezaba a reproducir Dream a Little Dream of Me, de Ella Fitzgerald. Así que cada vez que Abel soltaba lo de sicomoro, yo no podía evitar cantar “Stars shining bright above you, night breezes seem to whisper I love you, birds singing in the sycamore trees… dream a little dream of me”.

¿He dicho ya que eché de menos a Amaia?

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Las vistas desde la ventana de Sofía

Peligro: spoiler

La más bella historia de amor que tuve y tendré

Y de una canción a otra. Pero esta vez, por mucho que se asemejase a un cuento de hadas, como Héctor le decía a Lucía que había sido lo suyo juntos, quiero creer que Elísabet no dejará que sea ese verso de Serrat el que precisamente describa al final lo que nuestro protagonista masculino siente por ella. De hecho, espero que le deje a Lucía, de la que no hemos escuchado voz, encontrar quien sí le pueda dedicar canciones de amor sin tristezas. Porque, por mucho que adoremos todos a Sofía, si por un momento hubiéramos tenido en primera persona el punto de vista de Lucía, creo que la historia nos hubiese parecido mucho más dura y hubiéramos pedido que llevasen a Héctor a la hoguera. Acordémonos de Alba, Hugo y Nico…

El vocabulario de los balcones

Esa canción y la bonita forma de comunicarse de ventana a ventana que tienen Sofía y Héctor, me hizo pensar, mientras lo leía, en la película de Juan Vicente Córdoba, Aunque tú no lo sepas, que se basa en El vocabulario de los balcones, relato de Almudena Grandes, y esta a su vez se inspiró para escribirlo en el poema de su marido, Luis García Montero, también titulado Aunque tú no lo sepas del libro Habitaciones separadas. Y, sí, la canción que Quique González le escribió a Enrique Urquijo originalmente, y que luego fue versionada por El canto del loco, está inspirada en el poema de García Montero. Canción, relato y película, para que luego digan que la poesía no es enorme.

Quería ser breve, pero… hablando de libros, ¡me pierdo!

Taboo: James Delaney Vs. Heathcliff

No sé en qué momento descubrí a Tom Hardy, el actor, o quizás sí pero esa anécdota merece el espacio de otra entrada. Y, desde luego, si me refiriese a Thomas Hardy, el genial escritor, no sé si me conformaría con una única entrada. Pero la cuestión de la que quiero hablar hoy es de esa atracción que ejerce su actitud, interprete el papel que interprete, sobre mi inocente persona cada vez que aparece en pantalla.

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Es algo difícil de explicar, aunque por lo que he leído estos últimos días (Oona Chaplin, incluida), no me sucede solo a mí.

Taboo

Y su presencia, única y exclusivamente, es lo que me hizo decidirme a continuar viendo Taboo. Puede que si Tom Hardy no hubiera salido, le hubiese echado un vistazo a esta peculiar serie de BBC One (emitida en España por HBO). Pero, con lo oscura que es y el arranque tan lento que tiene, seguramente la hubiera abandonado tras el primer capítulo. ¡Y me hubiera perdido una historia llena de fuerza e intriga!

También hubiera podido suceder que si él mismo no la protagonizase, la trama no hubiese tenido tanta energía. Pero, además de su interpretación, hay que añadir su labor como creador y autor del relato en el que está basada.

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Heathcliff y James Delaney

Dicho esto, elogiada la labor de Tom Hardy, volvamos a mi declarada fascinación por él y al involuntario gesto de mi mente al asociar su personaje, James Delaney, con Heathcliff de Cumbres borrascosas de Emily Brontë. Así que aquí va, a posteriori y tras un análisis superficial, una lista de lo que creo que me ha llevado a establecer esa conexión.

Mestizos

Ambos, tanto Heathcliff como James, son un aporte del padre a la familia. Del personaje de Emily Brontë se dice que es un gitano al que recoge el señor Earnshow como acto de caridad y lo educa como a uno más de sus hijos, por eso siempre se ha especulado que él pudiera ser su padre. Con lo cual, sería mestizo, como lo es abiertamente James Delaney, hijo de un inglés y una nativa norteamericana en tiempos de la guerra de Independencia de Estados Unidos.

Épocas y lugares similares

Fue durante esa guerra cuando debió de ser concebido James, porque la historia, con él como adulto, arranca en 1814. Mientras que Cumbres borrascosas fue publicada en 1847, aunque no fue ni escrita ni está situada justo durante esos años, sino unos cuantos antes. En cuanto al escenario, la novela se desarrolla en Yorkshire y Taboo, en Londres.

El regreso, el misterio

Tanto Heathcliff como James Delaney regresan, tras varios años perdidos haciendo vaya usted a saber qué, y traen intenciones bastante claras en cuanto a los bienes de sus familias. Su ambición no les deja ceder ni un centímetro, cueste lo que cueste.

Carácter

Para ello, manipulan, emplean la violencia (salvando las distancias entre una novela escrita por una mujer del siglo XIX y una serie de HBO), tejen intrigas y lo que haga falta. Además, ambos son duros, algo toscos y acumulan rencor por su familia, su antiguo entorno y la sociedad.

Incesto

De ese desprecio son objeto todos, excepto la mujer que fue su debilidad y contra la que tratan de luchar, al mismo tiempo que son ellas la razón de ese combate constante. Entre Catherine y Heathcliff, probablemente por la época en que fue escrita y por las características de la autora, no hubo sexo explícito ni reconocido de ninguna manera. Por lo tanto, el incesto queda en algo platónico y, al no asumir abiertamente que él es hijo ilegítimo del señor Earnshow, serían hermanos solo de crianza. Pero eso no ocurre con James y Zilpha (fantástica Oona Chaplin). En Taboo sí reconocen que son hijos del mismo padre (es parte de la trama) y también llegan a mantener relaciones sexuales en distintos momentos. Con lo cual, el incesto queda consumado.

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Ella está casada

Tanto Catherine como Zilpha les pertenecen a otros hombres. Pero no es una cuestión romántica, eso de pertenecer en este caso es en el sentido más machista del término, son de su propiedad legalmente. Quizás la diferencia es que Thorne Geary, el cuñado de James Delaney, es una mezcla entre Edgar Linton y Hindley Earnshow, marido y hermano de Catherine en Cumbres borrascosas. Pero ambas están sujetas a unas normas, ya sea por imposición de la sociedad o por su propia mentalidad, que destruyen su verdadera esencia y las convierten en una versión apagada de sí mismas.

La seducción de lo oscuro

Resulta perturbador, porque me niego a utilizar la palabra indecoroso (no somos señoritas de hace dos siglos), reconocer que un hombre con ese carácter pueda atraernos. Aunque creo que es solo sobre el papel o en la pantalla y que lo que nos atrae es más la profundidad emocional que demuestra tener, la pasión y la fuerza de su espíritu. Quizás porque pensamos “oye, si odia así, ha de amar con intensidad similar”.

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Empotrador

Y sí… Aunque en las adaptaciones cinematográficas de la novela de Emily Brontë, el personaje de Heathcliff suele ser interpretado por grandes actores de la talla de Ralph Finnes, cuando leí por primera vez Cumbres Borrascosas, no me lo imaginé así. Mi mente adolescente recreó a alguien con un perfil más parecido a Tom Hardy y su magnetismo animal.

Nota

Por cierto, descubro ahora en IMDb, que existe una miniserie donde Hardy hace el papel de Heathcliff. Pero, por la foto, lamento decir que no me da impresión de ser una adaptación buena, que saque la esencia de la historia y sus personajes.

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Palabras que aprendí leyendo: pusilánime

Cuando abogo por la lectura como una manera de aprendizaje, tanto del idioma como de infinidad de temas, no lo hago porque a mí me guste y pretenda que los demás compartan conmigo lo grato de la experiencia. Aunque por eso, también. En realidad, cuando hago campaña de andar por casa promocionando la lectura, es porque tengo tan nítidos ciertos recuerdos de dónde he adquirido determinados conocimientos que me resulta difícil contenerme. Y una de esas cosas que he mejorado con la lectura ha sido mi vocabulario, por eso quiero empezar con esta entrada una serie titulada “Palabras que aprendí leyendo”.

Doctor Zhivago – pusilánime

Hoy, le toca a pusilánime y el libro donde tengo conciencia de haberla leído por primera vez fue en Doctor Zhivago de Boris Pasternak. Recuerdo que fue el verano en que me despedía de los 15 años, en casa de mis abuelos, tumbada en la cama porque en el jardín casi anecdótico que tenían hacía mucho calor. Desde temprano, era tal el fuego que entraba de la calle que todas las persianas estaban bajadas, y las ventanas solían cerrarse un par de horas después, hasta que caía la tarde y empezaba refrescar. Así que me tocaba encender la luz porque la casa, como todas las casas en un tiempo en que el aire acondicionado era cosa de ricos, estaba en penumbra.

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Grandes pasiones de la literatura

La novela pertenecía a una colección, Grandes pasiones de la literatura, de Orbis Fabbri. Aquellos libros aparecían en mi casa como por arte de magia cuando volvía del instituto. Aunque, en realidad, los compraba mi madre en la papelería de toda la vida cuando iba a por el periódico. Y no sé si calificar como pasiones aquellas historias, pero sí fui descubriendo años más tarde que eran grandes novelas de la literatura. La lista la encabezaron, lo recuerdo con claridad, El cartero de Neruda de Antonio Skármeta y Emma de Jane Austen. La primera se publicó en su día como Ardiente paciencia. Afortunadamente le cambiaron el título en aquella edición, porque dudo mucho que mi madre me hubiera comprado entonces una novela con un título de contenido escabroso. De la segunda decir que lo mío con Jane Austen comenzó ahí.

Yuri Zhivago, un pan sin sal

Lo curioso es que, dejando al margen las muchas razones que hacen de Doctor Zhivago una obra merecedora del Premio Nobel, en mi mente la imagen de Yuri Zhivago aparece como eso, un pusilánime, un pan sin sal, un niño bien que no levantaba demasiado la cabeza para, así, poder continuar sobreviviendo; un marido infiel, un amante débil y un padre desleal.

Quizás mi visión se deba a la edad con la que lo leí o la distancia social que existe entre la mentalidad de 1945 y la de una mujer del siglo XXI. Pero eso demuestra que no es necesario simpatizar con todos los personajes, incluso aunque uno de ellos sea el propio protagonista, para poder disfrutar de una gran historia.

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La película de David Lean

Eso sí, Omar Sharif estaba guapísimo en la adaptación cinematográfica dirigida por David Lean. De hecho, cuando la vi, tuve la sensación de que él y Julie Christie se habían escapado de un anuncio de “ya es invierno en El corte inglés”, con esos jerseys y esa magnífica fotografía. Si no la habéis visto, os la recomiendo mucho. Pero antes leed la novela de Pasternak.

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Me despido tarareando el Tema de Lara de esa inolvidable banda sonora, otra genialidad de Maurice Jarre.

Me gusta leer

Me gusta leer, en líneas generales, y es un ejercicio que me aporta tanto a distintos niveles que me siento incómoda cuando no tengo una lectura a la que regresar al final del día, aunque solo sea durante un momento. Y sospecho que esto no me pasa únicamente a mí.

Creo que para muchos lectores, el poder sumergirse en otro mundo ajeno a la realidad durante un rato marca la diferencia entre lo segura y moldeable que resulta la ficción o el estudio en sus manos y lo inevitable de la vida en sí. Es decir, no somos nosotros los que decidimos lo que sucede en la historia o la narración, pero sí elegimos el libro que queremos leer (salvo si es lectura por prescripción) y, en un momento dado, podemos cerrarlo y abandonar esas sensaciones. Mientras que, en la vida real, nos suceden las cosas en muchas ocasiones sin tener opción a decidir si queremos que nos pasen. Ojo, las cosas malas y, ¡afortunadamente!, también las buenas.

Con lo cual, ahí tenemos ese billete a otros mundos, a otras realidades, no siempre más felices ni más emocionantes que las nuestras (hay gente a la que le gusta leer sobre desgracias o penas ajenas), a nuevos conocimientos, a nuevas dudas, a puntos de vista diferentes… y resulta difícil resistirse a esa vía de escape que promete.

Leer sobre un montón de libros

 

Así que, una vez asumido que nos gusta leer y evadirnos, ¿por qué tanto problema en reconocer que cada uno prefiere un tipo de lectura distinto? En mi caso, ya que me evado, me gusta hacerlo con historias de amor o de intriga, de esas que prometen al final una gratificación tras algún que otro sufrimiento, pero no muchos.

Aunque…, visto así, parece difícil encontrar una novela en la que no exista el amor, sea del tipo que sea, ni la intriga que va haciendo al lector querer saber siempre un poco más (no tiene por qué ser invariablemente cuestión de descubrir quién es el asesino). ¿Significa eso que a todos o casi todos nos gustan los libros con sus amoríos y su dosis de suspense?